El nihilismo cotiza al alza en la sociedad posmoderna. Paul Bourget adoptó el término como concepto psicológico por primera vez en su Essais de Psycologie contemporaine , donde advertía del advenimiento de una “gran enfermedad europea“, definida como “un mortal cansancio del vivir, una tétrica percepción de la banalidad de todo esfuerzo“.
Así, lo que ya vaticinaban de forma implícita algunos autores y pensadores del siglo XIX, mayoritariamente rusos, hijos o parientes más o menos cercanos del anarquismo nihilista que rondaba ya por sus estepas — Lev Tolstoi, Fiódor Dostoievsky, Alejandro Pushkin, Nicolás Gógol, Anton Gustave Flaubert, Søren Kierkegaard y, naturalmente, Friedrich Nietzsche —ha alcanzado su punto álgido en el modelo de vida utilitarista y productivo de la sociedad de consumo que hoy —no sabemos hasta cuándo— nos ocupa.
Ya la producción literaria que siguió en el XIX nos ofreció una robusta consolidación de las predicciones de estos pseudoprofetas, encontrando en las antiutopías de Fahrenheit 451 , 1984 , y sobre todo, Un Mundo Feliz , un diáfano modelo de los días que debían llegar.
En el terreno filosófico, tomaron el relevo de Nietzsche los ya conocidos, aunque quizás no suficientemente leídos, Jean-Paul Sartre y Martin Heidegger, mientras que en el difuso terreno que separa la literatura de la filosofía, un desesperanzado Albert Camus publicaba ‘El extraño‘ , mientras cierto autor rumano aún desconocido para el gran público, Émile Cioran, conseguía las cotas más altas de cinismo y visión amarga del mundo con obras de notable talento literario, como Del inconveniente de haber nacido , Breviario de podredumbre o Este maldito Yo — cargado de desprecio, ya vacío de toda esperanza — que se había ido gestando como un embrión en el seno de la mentalidad europea, y que conseguía su estado de madurez espoleado por las dos guerras mundiales que azotaron con virulencia la altivez y la seguridad del occidental medio.
No es objeto del presente artículo dilucidar los verdaderos orígenes históricos y psicológicos del nihilismo, ya que las hipótesis se pierden en el tiempo, ya sean históricas —no es la superación de Dios comúnmente atribuida a Nietzsche, porque resulta fácil localizar a autores nihilistas en épocas precedentes— o bien psicológicas— multitud de variantes manifestaciones, desde el vacío budista o incluso de alguna mística cristiana medieval, al impulso tanático teorizado por el psicoanálisis —, sino más bien comentar sucintamente un autor, quizás desconocido entre los autores de primera línea en el nihilismo, y en particular una de sus obras, cuyas circunstancias de publicación y las circunstancias de publicación son literatura, merecen mención en la lista de honor de pensadores del vacío: Su nombre es Louis-Ferdinand Céline.
¿Quién se escondía bajo este seudónimo? Céline, seudónimo de Louis-Ferdinand Destouches (Courbevoie, 1894 – Meudon, 1961), fue un médico francés, más tarde reciclado a novelista, que revolucionó en cierto modo el estilo literario de su tierra natal con una prosa agresiva y elegante, que sorprendió por la ruptura de moldes que gobernaban el statu quo literario del país.
Participó en la Primera Guerra Mundial, donde recibió un disparo en la cabeza y, pese a sobrevivir, después del episodio se le declaró incapacidad para el servicio bélico en el frente. Tras su regreso a Francia, viajó a Camerún e Inglaterra y trabajó como médico hasta que, en 1932, se hizo popular con la novela Viaje al final de la noche (Voyage au bout de la nuit), que ganó el premio Renaudot.
En ella, seguimos las aventuras de Bardamu —personaje que encarna el desencanto total de la vida—, en una serie de viajes donde la degradación de los paisajes y escenarios externos son solamente notas a pie de página del estado de degradación interior del protagonista. Así pues, la obra que le dio el reconocimiento de los círculos literarios fue, sin duda, Viaje al final de la Noche, una obra cuya individualidad supera al conjunto que ofrece el mosaico de referencias, y de la que reproduzco a continuación un pequeño fragmento, para que el lector pueda dar cuenta según su propio juicio del talento narrativo del autor, y al mismo tiempo descubrir lo que es, a la vez que descubre lo que es, nihilista de nuestros días:
Siempre había temido encontrarme vació, no tener, en suma, ninguna razón de peso para existir. En el presente y ante la evidencia, estoy convencido de mi nada individual. En aquel ambiente demasiado distinto del que estaba acostumbrado, me sentía al instante como disuelto: simplemente, me sentía muy cerca de la no-existencia. Y de este modo, en cuanto dejaban de hablarme de cosas familiares, descubría que ya nada era obstáculo para caer en una suerte de irresistible hastío, una forma dulzona de espantosa catástrofe del alma. Un asco. Al menos la basura no pretende durar, ni crecer. En ese aspecto, somos infinitamente más desgraciados que la mierda, las ganas rabiosas de perseverar en nuestro estado constituyen la más increíble de las torturas. Nuestro cuerpo, disfrazado de moléculas inquietas y vulgares, se rebela constantemente contra la atroz farsa del durar. Nuestras moléculas, ¡qué ricas! Quieren perderse lo más rápidamente en el Universo. Sufren de pertenecernos exclusivamente a nosotros, cornudos de Infinito. Nuestra desgracia está ahí encerrada, atómica, con nuestra piel.